¿Por qué hacemos lo que nos provoca daño? La rebeldía como parcialidad en el conflicto.


En las entradas anteriores hemos analizado por qué hacemos lo que nos daña desde dos visiones complementarias: la simulación y la estructura del placer, hoy agrego una tercera parte, la rebeldía como parcialidad en el conflicto.

La figura materna/paterna juega un papel principal en el desarrollo psíquico de todo ser humano, se espera protección y seguridad por parte de ellos, también son los responsables de enseñarnos lo que es bueno y lo que es malo. En ese sentido hay diversos estilos para enseñar esos principios morales: 
1- Los padres enseñan “lo bueno” mediante una amplia receptividad y equilibrio frente al hijo, enseñándoles a amar y también permitiéndoles la libre expresión de sentimientos de malestar, comprenden al hijo y le orientan para manejar sus conflictos, también enseñan “lo malo” mediante la autenticidad de sus experiencias, no hay buenos, ni malos, hay contextos y una amplitud de situaciones.
2-  Los padres enseñan “lo bueno” mediante el autoritarismo, la fuerza, la hostilidad, no tienen interés en que su hijo comprenda y tome decisiones basadas en el entendimiento de las cosas, el hijo debe de tomar decisiones sustentadas en la obediencia, el hijo ideal es sumiso, solamente ama a sus padres y no se le permite experimentar sentimientos aversivos respecto a ellos. Aunque ellos cometan injusticias, abusos, rechazos y denigraciones el hijo debe de obedecer y amar sin cuestionamientos a sus padres. El hijo debe hacer lo bueno por la fuerza. 
3- Los padres están ausentes, no hay un discurso, ni una práxis, reina el caos, a veces lo único que enseñan es a dar afecto materializado, es decir, mediante regalos y recompensas como medio de compensación de la culpa, hoy en día es un hecho que los padres asumen que es más importante mantener a un hijo que criarlo. El hijo tiene dos alternativas futuras: La primera implica una compensación de la ausencia de la figura paterna/materna a través de otras figuras (tíos, abuelos, maestros, amistades) quienes se encargarán de sustituir las funciones físicas y psíquicas de los padres, el método de enseñanza puede ser cualquiera de los anteriores (1 o 2). 
La segunda alternativa para el hijo que no alcanza a compensar la presencia de una figura paterna/ materna es mediante la irrupción de la fantasía para reemplazar la figura, la fantasía se manifiesta mediante un ideal, el hijo puede idealizar a algún miembro de la familia, un docente, un amigo o hasta a un agresor. La falta (ausencia de figura paterna/ materna) genera ideales. Esto es lo más grave para una persona, pues está imposibilitada para establecer un contacto con la realidad pues la fantasía le proporciona el bienestar que la realidad le ha negado. Y es en este sentido que la persona no puede demostrar autentico afecto cuando idealiza al otro, pues al idealizar al otro, el otro se transforma en un objeto sobre el cuál se depositan expectativas referentes a la falta, en realidad estoy amando los fantasmas de lo que no tuve y espero tener, no hay afecto sobre el otro puesto que al otro se le desconoce como sujeto. Por eso quien idealiza asume su propio discurso, asegura y confía en que ya conoce al otro, son las corazonadas, las sensaciones y sus sesgos de confirmación los que le garantizan la seguridad de que se ha encontrado con su persona ideal, todo eso fue elaborado mediante la fantasía. 
La persona está atrapada en un circulo vicioso pues el ideal jamás puede ser satisfecho, se sabe que no hay una persona perfecta, ni que el otro es un objeto de satisfacción, aún así, la persona impedida de un autentico contacto con el otro está aislada y ese aislamiento le tortura, le duele, le hace sufrir, por eso la persona necesita entregarse, necesita entregar el cuerpo, hacer demostraciones de su afecto, la persona aislada y dolida necesita fantasía, por eso el encuentro sexual espontáneo se transforma en un símbolo de dos personas que comparten la intimidad de la desnudez, el aroma, la bestialidad y los secretos, aunque fue por un solo momento se tuvo el escenario de un contacto autentico, simbólico, fantasioso e insuficiente, la persona regresa porque goza en la idealización, sufre en el aislamiento y disfruta en el simbolismo de la entrega, la simulación y la estructura del placer han formado la sinergia en la falta del amante.

Sabes que estás realizando algo que te daña (hay un reconocimiento moral), estás consciente del daño que te genera esa práctica (conciencia), sin embargo no puedes dejar de hacerlo (pulsión). Todo esto puede resultar muy raro, puesto que el malestar moviliza a las personas a la evitación y a la huida, y eso es cierto, el malestar en el cuerpo moviliza, pero el malestar que proviene de la estructura psíquica funciona con otros parámetros, la situación sería tan simple como alejarnos de lo que nos daña. ¿Cómo voy a aceptar hacer “lo bueno” para mi cuando “lo bueno” lo asocio a la hostilidad, el malestar y el desprecio experimentado hacia las figuras que me lo enseñaron? 
Aquí entra la parcialidad, cuando experimentamos sentimientos o ideas inaceptables recurrimos a la represión (como constantemente se enseña; “no digas”, “compórtate”), sin embargo esos sentimientos o ideas no desaparecen, se transforman (lo que reprimes se transforma), necesitan transformarse para regresar a la conciencia en forma de otra cosa, de tal manera que la esencia del sentimiento pasa desapercibida en el nuevo disfraz para desahogarse y ser satisfecha de manera parcial (así funcionan los sueños, en ellos podemos asesinar, seducir y ridiculizar sin sentirnos culpables). 
Y es así que la persona persiste en hacer lo que le daña, la autodestrucción es el disfraz de la rebeldía reprimida ante los actos grotescos de los padres. Y ahí es cuando se persiste en hacer lo que te daña como acto de rebeldía y liberación parcial ante las grotescas figuras autoritarias y violentas que imponen “lo bueno”, liberarte de la sombra dominante del agresor, aunque sea parcialmente.

La pasividad y la mansedumbre no implican bondad, como la rebeldía no significa salvajismo.

Práxedis Gilberto Guerrero.

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