Sobre la idolatría, el narcisismo y el odio.


Una amenaza para el afecto es el narcisismo, esto implica una constante afirmación del Yo, el narcisista no puede encontrar en el otro a un sujeto sino a un objeto, el objeto finalmente es un deposito, describiré a continuación el procedimiento de elaboración de una relación idolátrica.

1- La idealización: El encuentro con el sujeto supone una evocación, es decir, el otro deja de ser sujeto para transformarse en un objeto depositario, el sujeto representa un ideal, una cosa que debe admirarse, se debe aspirar a ser igual.
2- La posesión por la palabra: El narcisista que ha encontrado un objeto depositario ideal, necesita poseerle, esto se logra a través de la palabra, específicamente a través del adjetivo calificativo. El narcisista recurre a mecanismos de defensa como la omnipotencia para situarse en una posición en donde puede señalar quien es valioso y quien no. Posterior a eso inicia el depósito sobre el objeto: “Eres mi gran amigo (a) porque siempre puedo contar contigo”, en esa definición el “Gran amigo” señala la calificación, sin embargo esta calificación está condicionada a una expectativa: “siempre puedo contar contigo”, así tenemos una posesión mediante la palabra, aunque sea un adjetivo “positivo” encierra la esencia de la persona en una sola cualidad, incluso revela la naturaleza condicionada del afecto; te aprecio mientras me gratifiques, si no pudiera contar contigo no podría apreciarte, eso amenazaría al Yo, y el Yo debe ser constantemente afirmado, recuerden, es narcisismo. Un narcisista regala elogios, sin embargo el elogio es una cárcel para quien lo recibe; lo acepta y termina elaborando un compromiso de no dejar de ser aquello que el narcisista le ha reconocido, el sujeto ha encerrado al objeto en la prisión de sus expectativas. Ya lo escribía Freud: Uno puede defenderse de los ataques; contra el elogio se está indefenso.
3- La naturaleza del elogio: El narcisismo normal está respaldado por las acciones meritocráticas, es decir, un niño obtiene buenas notas y se siente satisfecho de sus logros, desea aprender y seguir esforzándose. En cambio, el narcisismo maligno no tiene un respaldo meritocrático “te amo porque eres mi hijo”, y debido a la ausencia de acciones meritocráticas el sujeto necesita compensar mediante la fantasía, esto se representa en la clásica caricatura de la persona que fanfarronea sobre cosas que nunca ha hecho. Por tanto, el narcisista es una persona con antojo, necesita un sujeto para transformarlo en un objeto a su imagen y semejanza, aunque la semejanza será idealizada y fantasiosa. En este sentido, el narcisista se proyecta frente a su objeto depositario, le deposita todos aquellos atributos de los que carece, necesita formarse un ídolo como señal de que hay alguien a quien imitar, en la imitación hay un canibalismo simbólico, necesito formar un ídolo para imitarle y empezar a parecerme a él. Sólo piensa en los fans que comienzan a adoptar vestimenta, rasgos, costumbres, peinados y algunos llegan a someterse a cirugías estéticas para encarnar al ídolo en su cuerpo.
4- La desilusión: El objeto recupera poco a poco la forma de sujeto, esto cuando rompe las expectativas, es decir, el “gran amigo” no puede apoyarle en esta ocasión. La falta de afirmación al Yo es una amenaza, la persona dejó de ser un objeto de afirmación, se transformó en un sujeto que es libre para ser quien le plazca, sin ninguna necesidad de complacer a cada persona que se encuentre, con derecho a ser un imbécil porque si.
Se rompen las expectativas, el ídolo no actuó conforme al guión, se ha liberado de la cárcel y ya no es posesión del narcisista, ya no hay un depósito de proyecciones, dejar de ser lo que nunca podrá ser el sujeto narcisista representa una amenaza para su transformación, es demostrarle que en el mundo no hay perfección, un duro golpe para quien se encuentra atrapado en una etapa infantil de plena gratificación sin residuos de frustración.
5- La posesión: El objeto se transformó en sujeto y fue libre, el narcisista necesita volver a aprisionar al sujeto, regresarlo a su estado depositario, esto lo logrará una vez más mediante el poder de la palabra; “Ese no era un verdadero amigo, es un hipócrita…”, el narcisista montado una vez más en la omnipotencia ha vuelto a definir al sujeto, le ha cosificado, dejó de ser sujeto, no puede contemplar la amplitud de la persona, solo puede mirar a la “cosa hipócrita”, al hacerlo le ha recuperado, le posee, y esa posesión se encarna en el cuerpo del idolatra, se transforma en taquicardia, calor, dolor de huesos, debilidad, vomito, el ídolo se ha encarnado en el narcisista. Sin embargo el objeto no deja de ser deposito, en esta ocasión vierte sobre el objeto toda la porquería inaceptable, acusa al otro de lo que no ve en él mismo, repugna lo propio en lo ajeno. 
El idolatra se transformó en una persona que odia, el idolatra y el sujeto que odia son semejantes, se obsesionan, sienten a su objeto en el cuerpo, no le olvidan, es el síntoma siempre presente, el idolatra ha cosificado al sujeto y ahora se transformó en su dueño. 
Quien se refiere al otro con calificativos que idealizan o devalúan pretende adueñarse y limitar la diversidad dinámica del ser y no ser del sujeto.

El 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman disparó en 5 ocasiones a un hombre que era su ideal; John Lennon. Chapman, admiraba a aquel músico de bajo perfil que era un combativo activista comprometido por la paz, sin embargo se desilusionó cuando se enteró que Lennon disfrutaba de una vida hogareña con su esposa y su hijo Sean; se transformó en un “vulgar” y “comodino” “burgés”. Chapman había despersonalizado al ídolo, su objeto no podía ser una persona que rompiera con sus expectativas, debía ser un objeto programado para seguir el guión. La desilusión y el odio llevaron a Chapman a recuperar a su objeto perdido, el narcisista maligno encuentra la culminación de su deseo, la posesión de aquel de quien puede presumir “yo le quité la vida”, la pasión idolátrica llevó al narcisista a recomponer el orden en su mundo interior, a apropiarse del otro.

Todo lo que nos irrita de los demás nos puede llevar a una comprensión de nosotros mismos. Carl G. Jung.

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