Sobre las redes sociales y el afán de notoriedad.

Mucho se habla del vínculo solido y permanente entre las redes sociales y el postureo, ese espacio virtual que a punta de teclas nos permite comenzar a construir una realidad paralela a modo, así formamos un discurso en donde identificamos a los buenos, los malos, el funcionamiento del mundo, en donde en ocasiones somos héroe, en otras mártir pero nunca villano, por eso la autoreferencia es persistentemente apologética, sin embargo así nos construimos y así nos sostenemos, cada día cargamos con ese síntoma llamado Yo.

La fotografía aderezada en lo escenográfico permite mostrar una pieza condensada de la especulación del éxito, el bienestar y la felicidad. De ahí que las miles de imágenes optimistas, aspiraciones y emotivas no sincronizan con las cifras del “burnout” laboral, trastornos ansioso depresivos, adicciones, familias disfuncionales y demás.

Las redes sociales aún van más allá, no solo asimilamos un espacio real, de hecho, eso que consideramos como real es una imaginería y/o simbolismo, una condensación, un aspecto fantástico que nos invita a aproximarnos a lo real, siempre y cuando seamos capaces de desmenuzar lo imaginario y lo simbólico, en este sentido, podríamos identificar que el afán de notoriedad que abunda en las redes sociales, pretende seducir al gran Otro, una figura paterna todopoderosa inscrita en el orden de lo simbólico. Incluso podríamos afirmar que cada publicación podría ir acompañada de algunas leyendas:

1- “¡Mira que inteligente soy!”.
2- “Soy un apasionado a la hora de amar o al sufrir por amor…”.
3- “¡Estoy tan indignado! Yo no soy como aquel que estoy señalando con mi acusación”.
4- “¡Deséame!”.
5- “¿Lo estoy haciendo bien papá?”.


Así es como por la influencia del gran Otro simbólico nos movemos para responderle, sentimos su aprobación con los likes. Así queda instituido el reino de la apariencia en donde uno emite un discurso vacío de autenticidad pero que no llega a su destinatario sino solo a su representación, sin embargo se devuelve otro mensaje que jamás llegará a su destinatario, nunca hay un cruce de la palabra, cada quien experimenta un monologo colectivo, las redes sociales subsisten del onanismo discursivo. De eso tratan las redes, de favorecer la “histerización” y sus realidades alternativas en donde “los buenos son más”, la indignación es el deporte favorito que se práctica en el día a día, la felicidad, el optimismo, la pseudo intelectualidad, la ideología y el “buenismo” son el dogma y la obligación a seguir, la cultura vacía ha encontrado una isla en donde construir un reino.   

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